lunes, 26 de abril de 2010


El bananero de Masada
Puedo decir que nunca me ha gustado Ehud Olmert. Pero ahora casi siento compasión por él. ¿Es acaso el ex primer ministro el único que tiene fallas en este paraíso? En absoluto. Historias acerca de soborno, proyectos faraónicos, sobres llenos de dinero y suites de lujo en hoteles de 17 estrellas disparan mi imaginación; pero no hay duda que Olmert es algo muy especial.
Cuanto más íntimas sean las conexiones entre el capital y el poder y mayor el contacto entre magnates locales o extranjeros por un lado y dirigentes por otro, mejor funciona la corrupción. Es un proceso casi automático.
¿Qué dice eso de nuestros actuales políticos? Sencillamente que ninguno de ellos es un estadista. Un auténtico estadista no sólo es una persona con un objetivo. Un estadista es una persona con un objetivo y sólamente un objetivo.
Ben Gurión y Begin no tuvieron que decidir vivir vidas modestas y prescindir de lujos; simplemente no estuvieron interesados en ellos. Para ambos, esas cosas eran insignificantes. Desde el momento en que abrían los ojos por la mañana hasta que los volvían a cerrar por la noche, nada les interesaba salvo su objetivo.
Las prioridades de un político mediocre son bastante diferentes: quiere el poder para disfrutar del confort que proporciona; el poder como medio. Las ventajas del poder pasan a ser el objetivo.
Con Olmert el problema es especialmente serio. ¿Qué necesitaba? ¿No previó que al final todo se haría público, que sus amigos y admiradores lo abandonarían? ¿Valía la pena arriesgar todo su futuro en megaproyectos inmobiliarios dudosos, supuetas contribuciones ilícitas o vacaciones de lujo a cuenta del magnate de turno?
Lord Acton es famoso por su sentencia: "El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente" . En el mismo sentido, se puede decir que la ocupación corrompe y la ocupación total corrompe totalmente. Ehud Olmert es el producto típico del hedonismo que ha infectado a Israel en sus 43 años de ocupación de territorios.
La ocupación en si es corrupta y corrompe por su propia naturaleza; niega derechos; enriquece al ocupante y a quienes se relacionan con él; crea un clima de cinismo, un ambiente de "todo vale" que penetra e impregna la sociedad. Ahí es donde empieza la putrefacción social.
A sus 62 años Israel es un Estado que vive amenazado. Pensar que dirigentes que tienen acceso a todos sus secretos, deciden declarar guerras y mandar a nuestros jóvenes a morir en nombre de valores y consignas que ellos mismos olvidaron hace tiempo, produce escalofríos.