sábado, 22 de agosto de 2015

ESTUDIOS BÍBLICOS BASADOS EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS HEBREAS


C Á P S U L A S      115
J.N.ROBLES OLARTE



Una resumida historia de los sefardíes del mundo ( I )

 Los sefardíes o sefaradíes (del hebreo ספרדים 'españoles') son los descendientes de los judíos que vivieron en la Península Ibérica (España y Portugal) hasta 1492, y que están ligados a la cultura hispánica mediante la lengua y la tradición. Se calcula que en la actualidad, la comunidad sefardí alcanza los dos millones de integrantes, la mayor parte de ellos residentes en Israel, Francia, Estados Unidos y Turquía. También a México, Cuba ySudamérica, principalmente a Argentina y Chile, llegaron judíos sefardíes que acompañaron a los conquistadores españoles y portugueses y así escaparon de las persecuciones en España.
Desde la fundación del Estado de Israel, el término sefardí se ha usado frecuentemente para designar a todos aquellos judíos de origen distinto al askenazí (judíos de origen alemán, ruso o centroeuropeo). En esta clasificación se incluye a los judíos de origen árabe, de Persia,Armenia, Georgia, Yemen e incluso India, que no guardan ningún vínculo con la cultura hispánica que distingue a los sefardíes. La razón por la cual se utiliza el término indistintamente es por las grandes similitudes en el rito religioso y la pronunciación delhebreo que los sefardíes guardan con las poblaciones judías de los países antes mencionados, características que no se comparten con los judíos askenazíes. Por eso hoy en día se hace una tercera clasificación de la población judía, la de los mizrahim (del hebreoמזרחים 'Oriente'), para garantizar que el término «sefardí» haga alusión exclusivamente a ese vínculo antiguo con la Península Ibérica.
Los judíos desarrollaron prósperas comunidades en la mayor parte de las ciudades españolas. Destacan las comunidades de las ciudades de Toledo, Burgos, Sevilla, Córdoba,Jaén, Ávila, Granada, León, Segovia, Soria, Vitoria y Calahorra. En la Corona de Aragón, las comunidades (o Calls) de Zaragoza, Gerona, Barcelona, Tarragona, Valencia, y Palma de Mallorca se encuentran entre las más prominentes. Algunas poblaciones, como Lucena,Hervás, Ribadavia, Ocaña y Guadalajara, estaban habitadas principalmente por judíos. De hecho, Lucena estuvo habitada exclusivamente por judíos durante siglos en la Edad Media.
En Portugal, de donde muchas ilustres familias sefardíes son originarias, se desarrollaron comunidades activas en las ciudades de Lisboa, Évora, Beja y en la región de Trás-os-Montes.


Las comunidades primitivas
Se tiene conocimiento de la existencia de comunidades judías en territorio español desde tiempos remotos. El hallazgo de evidencias arqueológicas lo confirman. Un anillo fenicio del siglo VII a. C., hallado en Cádiz con inscripciones paleo-hebraicas, y una ánfora, en la que aparecen dos símboloshebreos del siglo I, encontrada en Ibiza, figuran entre las pruebas más contundentes de la presenciajudía en la Península Ibérica.
La presencia hebrea en el actual territorio español experimentó cierto incremento durante las Guerras Púnicas (218-202 a. C.), durante las cuales Roma se apoderó de la Península Ibérica (Hispania), y se sabe con precisión que el aumento de la población judía se dio varios siglos después a raíz de la conquista de Judea por el general romano Tito, bajo mandato del emperador Vespasiano (70 d. C.). Se calcula que en España se asentaron, durante las primeras décadas de la Diáspora, alrededor de 80 000 personas procedentes de Palestina. Esta cifra se elevará de manera considerable posteriormente. Igualmente, la presencia hebrea enEspaña también se debió a la importación de esclavos por los romanos para diversas actividades.
[editar]Invasiones germánicas
A la caída del Imperio romano en 476 y tras la invasión de la península por tribus germánicas, como los visigodos, suevos y vándalos, sobreviene una época de dificultad para los hebreos que en ella vivían. Al sobrevenir la dominación visigoda, que profesaba el arrianismo hasta su adopción final del catolicismo durante el reinado de Recaredo (587 d. C.), las comunidades judías pasan a ser dominadas completamente y se inicia una época de persecución, aislamiento y rechazo. Es en esta época cuando comienzan a formarse las primeras aljamas y juderías de las ciudades españolas donde hubo grandes asentamientos hebreos.
[editar]Los sefardíes y el Islam
Las difíciles condiciones en que se encontraban los judíos durante los Reinos Cristianos hicieron que éstos recibieran a los conquistadores musulmanes como una fuerza liberadora. No es exagerado decir, por tanto, que la población judía de la península prestó ayuda a las huestes islámicas que venían de África.
El año 711 será recordado como la fecha en que se inicia la «Edad de Oro» de la judería española. La victoria del bereber Táriq ibn Ziyad aseguraba un ambiente de mejor convivencia para los hebreos, ya que la mayor parte de los regímenes musulmanes de la Península Ibérica fueron bastante tolerantes en asuntos religiosos, aplicando la ley del impuesto a los dhimmi (judíos y cristianos, que junto con los mazdeítas eran considerados las gentes del libro) según lo estipulado en el Corán.
La comunidad judía andalusí, durante esta época, fue la más grande, mejor organizada y más avanzada culturalmente gracias a las grandes libertades de que gozaba. Numerosos judíos de diversos países de Europa y de los dominios árabes se trasladaron a Al-Ándalus, integrándose en la comunidad existente, y enriqueciéndola en todos los sentidos. Muchos de estos judíos adoptaron el idioma árabe y se desempeñaron en puestos de gobierno o en actividades comerciales y financieras. Esto facilitó enormemente la incorporación de la población judía a la cultura islámica, principalmente en el sur de España, donde los judíos ocuparon puestos importantes y llegaron a amasar considerables fortunas. La prohibición islámica que impide a los musulmanes dedicarse a actividades financieras, caso similar para los cristianos que consideraban la actividad como impía, hace que los judíos de la península absorban por completo las profesiones de tesoreros, recolectores de impuestos, cambistas y prestamistas.

Por lo tanto, es bajo el dominio del Islam cuando la cultura hebrea en la península alcanza su máximo esplendor. Protegidos, tanto por reyes cristianos como musulmanes, los judíos cultivan con éxito las artes y las ciencias, destacando claramente en medicina, astronomía y matemáticas. Además, los estudios religiosos y la filosofía son quizás la más grande aportación. Algunos nombres destacan en tales áreas. El rabino cordobés Moshé ibn Maimón, conocido como Maimónides, se distingue sobre los demás por sus aportes al campo de la Medicina, y sobre todo en la filosofía. Sus obras, como la Guía de perplejos y los comentarios a la Teshuvot, ejercieron influencia considerable sobre algunos de los doctores de la iglesia, principalmente sobre Tomás de Aquino.
En el campo de la matemática, se les atribuye a los judíos la introducción y aplicación de la notaciónnumeral indoarábiga a Europa Occidental. Azraquel de Sevilla realiza un estudio exhaustivo sobre la Teoría de Ecuaciones de Diofanto de Alejandría, mientras que Abenezra de Calahorra escribe sobre las peculiaridades de los dígitos (1-9) en su Sefer ha-Eshad, redacta un tratado de aritmética en su Sefer ha-Mispad y elabora unas tablas astronómicas. Años antes de la Reconquista, el converso Juan de Sevillatradujo del árabe un volumen del álgebra de Mohammed al-Khwarismi que fue posteriormente usado por matemáticos como Nicolo di Tartaglia, Girolamo Cardano o Viète.
En estilo andalusí se construye la Sinagoga del Tránsito (o de Samuel Ha-Leví) en la ciudad de Toledo, exponente máximo de la arquitectura judía de esta época, al igual que la de Córdoba.
Reconquista y expulsión
La Reconquista paulatina de la Península Ibérica por parte de los Reinos Cristianos propició, de nueva cuenta, un ambiente de tensión con relación a los judíos, que siguieron desarrollando la mayoría de las actividades financieras. La situación resultó muy provechosa, para algunas familias inclusive, ya que alcanzaron prestigio y favor a los ojos de los reyes cristianos, conservando sus antiguos privilegios. Es interesante recalcar el hecho de que la Corona de Aragón protegió a muchas familias hebreas durante los años de la Reconquista, mientras que numerosas familias nobles catalanas y aragonesasemparentaron frecuentemente con los judíos, a fin de incrementar fortunas o condonar deudas contraidas con sus acreedores hebreos.
La riqueza de la que eran dueños los judíos y su reciente entrada a las cortes cristianas, aunada a la ostentación de algunos, los hizo odiosos a los ojos del pueblo y de la jerarquía católica, que los consideraba crucificadores de Jesucristo e incluso practicantes de ritos satánicos. En algunas ciudades, los judíos eran acusados de envenenar los pozos, secuestrar niños para beber su sangre o de querer, en contubernio con la nobleza, convertir a la población al judaísmo. Esto, en algunos casos, ocasionó violentas persecuciones antisemitas, intrusiones y matanzas en las juderías, e incluso expulsión de las ciudades.
El proceso de la Reconquista implicaba la uniformidad religiosa para poder asegurar una verdadera unidad política y social. La unidad política, mediante el matrimonio de los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, llevó a la solicitud del establecimiento en España del Tribunal del Santo Oficio, mejor conocido como la Inquisición. En el año de 1478, el Papa Sixto V aprobó su establecimiento en la Península Ibérica y en sus posesiones del Mediterráneo. Como primer Inquisidor General, se nombró al dominico Tomás de Torquemada, confesor personal de la reina de Castilla y hombre fundamental en la expulsión de los judíos de España.
Torquemada, ferviente enemigo de la presencia judía en la península, propuso varias veces a los Reyes Católicos considerar la expulsión de los hebreos de España, moción que encontró oposición en el rey Fernando, quien tenía intereses y negocios con muchas familias judías aragonesas, tales como las familias Cavallería y Santangel, quienes en parte financiaron la expedición que llevaría a Cristóbal Colón a descubrir América. Incluso numerosos historiadores, como Benzion Netanyahu y Henry Charles Lea, aseguran que la madre de Fernando II de Aragón, Juana Enríquez, y por lo tanto él mismo, descendían de judíos convertidos al catolicismo en el siglo XIV.
Fuentes históricas citan la labor de convencimiento que Torquemada hizo al rey católico. El Inquisidor entró, durante una audiencia que sostenía Fernando de Aragón con los sefardíes, con un crucifijo en la mano y arrodillándose ante el rey pronunció: «Judas Iscariote traicionó a Cristo por treinta denarios, y vosotros queréis ahora venderlo por treinta mil. Aquí está él, tomadlo y vendedlo». (Sevilla sefardí, 2006).
Tras la toma de la ciudad de Granada, en poder del caudillo moro Boabdil, en 1492, se firma el Edicto de la Alhambra en el que se pide, o la conversión de los judíos españoles al cristianismo, o su salida definitiva del territorio en un plazo de tres meses. Famosa es la intervención de un judío ilustrísimo y de familia noble, tesorero personal de los Reyes Católicos, Don Isaac Abravanel, quien les solicitó la reconsideración de tal disposición. Los Reyes Católicos ofrecieron a Abravanel y a su familia garantías y protección. Sin embargo, salió junto con sus compatriotas al exilio. Abravanel se cuenta hoy entre los nombres de quienes gestionaron el apoyo financiero a la expedición de Cristóbal Colón.
La salida de los judíos comenzó en poco tiempo. En todas las ciudades de España, las aljamas quedaron desocupadas. Un cronista de la época, Andrés Bernáldez, describía así la salida de los judíos de la ciudad de Zaragoza: Salieron de las tierras de sus nacimientos chicos y grandes, viejos y niños, a pie y caballeros en asnos y otras bestias y en carretas, y continuaron sus viajes cada uno a los puertos que habían de ir, e iban por los caminos y campos por donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo, otros levantando, otros muriendo, otros naciendo, otros enfermando, que no había cristiano que no hubiese dolor de ellos y siempre por do iban los convidaban al bautismo, y algunos con la cuita se convertían y quedaban, pero muy pocos, y los rabinos los iban esforzando y hacían cantar a las mujeres y mancebos y tañer panderos y adufos para alegrar la gente, y así salieron de Castilla. Serían necesarios 500 años para poder volver a hablar de una experiencia judía en España.
 Una resumida historia de los sefardíes del mundo ( II )


La bienvenida, obra de Mevlut Akyıldız.
Los sefardíes se repartieron entonces por varios países. Algunos se establecieron en el sur de Francia, en las ciudades de Bayona y San Juan de Luz. Otros fueron a Portugal primero, de donde no fueron expulsados, sino convertidos al cristianismo, a diferencia de los que habitaban en las coronas españolas, dirigiéndose una proporción de hebreos a países como Holanda y las ciudades hanseáticas del norte de Alemania, como Bremen o Hamburgo. Algunos más se esparcieron en los reinos moros de Marruecos o incluso Siria, mientras que una pequeña fracción de ellos se establecieron en países como Dinamarca, Suiza o Italia. Muchos sefardíes permanecieron en España bajo una supuesta apariencia cristiana (marranos) y posteriormente se trasladaron a algunas islas del Caribe, como Jamaica, o incluso a Brasil, Perú y México, donde muchos de ellos participaron en las campañas conquistadoras y expansionistas de España y Portugal.
Sin embargo, la gran mayoría de los sefardíes serían recibidos en el Imperio otomano, que a la sazón estaba en su máximo apogeo. El sultán Bayaceto II permitió el establecimiento de los judíos en todos los dominios de su imperio, enviando navíos de la flota otomana a los puertos españoles y recibiendo a algunos de ellos personalmente en los muelles de Estambul, como consta en una pintura del ilustrador Mevlut Akyıldız. Es famosa su frase: Gönderenler kaybeder, ben kazanırım — «Aquellos que les mandan pierden, yo gano» (Pulido, 1993).

Los sefardíes en el Imperio otomano
Los sefardíes formaron cuatro comunidades en el Imperio otomano, por mucho, más grandes que cualquiera de las de España, siendo las dos mayores la de Salónica y la de Estambul, mientras que las de Esmirna y Safed fueron de menor tamaño. Sin embargo, los sefardíes se establecieron en casi todas las ciudades importantes del Imperio, fundando comunidades en Sarajevo, Belgrado, Monastir, Sofía, Russe, Bucarest, Alejandría, Edirne, Çanakkale, Tekirdağ y Bursa.
Los judíos españoles rara vez se mezclaron con la población autóctona de los sitios donde se asentaron, ya que la mayor parte de éstos eran gente educada y de mejor nivel social que los lugareños, situación que les permitió conservar intactas todas sus tradiciones y, mucho más importante aún, el idioma. Los sefardíes continuaron hablando, durante casi cinco siglos, el castellano antiguo, mejor conocido hoy como judeoespañol que trajeron consigo de España, a diferencia de los sefardíes que se asentaron en países como Holanda o Inglaterra. Su habilidad en los negocios, las finanzas y el comercio les permitió alcanzar, en la mayoría de los casos, niveles de vida altos e incluso conservar su estatus de privilegio en las cortes otomanas.
La comunidad hebrea de Estambul mantuvo siempre relaciones comerciales con el Diván (órgano gubernamental otomano) y con el sultán mismo, quien incluso admitió a varias mujeres sefardíes en su harén. Algunas de las familias sefardíes más prominentes de la ciudad financiaban las campañas del ejército otomano y muchas de sus miembros ganaron posiciones privilegiadas como oficiales de alto rango. Los sefardíes vivieron en paz por un lapso de 400 años, hasta que Europa comenzó a librar sus dos Guerras Mundiales, con el consiguiente colapso de los antiguos imperios y el surgimiento de nuevas naciones.
La amistad y las excelentes relaciones que los sefardíes tuvieron con los turcos persiste aún a la fecha. Un prudente refrán sefardí, que hace alusión a no confiar en nada, prueba las buenas condiciones de esta relación: Turko no aharva a cidyó, ¿i si le aharvó? — «Un turco no golpea a un judío, ¿y si en verdad lo golpeó?» (Saporta y Beja, 1978).
[editar]La Salónica otomana
La ciudad de Salónica, en la Macedonia griega, sufrió un cambio trascendental al recibir a casi 250 000 judíos expulsados de España. La ciudad portuaria, anteriormente habitada por griegos, turcos y búlgaros, pasó a tener una composición étnica a finales del siglo XIX de casi un 65% de sefardíes. Desde el principio, en esta ciudad establecieron su hogar gran parte de los judíos de Galicia, Andalucía, Aragón, Sicilia y Nápoles, de ahí que el judeoespañol tesalonicense se vea claramente influenciado por la gramática del gallego y esté plagado de palabras del italiano. La mayoría de los hebreos de Castilla optaron por ocupar las importantes posiciones de gobierno disponibles en Estambul, hecho que también se evidencia en la lengua hablada por los judíos turcos (Saporta y Beja, 1978).
En Salónica, había barrios, comunidades y sinagogas pertenecientes a cada una de las ciudades y regiones de España. Kal de Kastiya, Kal Aragon, Otranto, Palma, Siçilia, Kasseres, Kuriat, Albukerk, Evora y Kal Portugal son ejemplos de barrios y sinagogas existentes en la ciudad macedonia a finales del siglo XIX, y son señal de que los sefardíes nunca olvidaron su pasado ni sus orígenes ibéricos.
Es importante destacar que la presencia hebrea en Salónica fue tan importante que el judeoespañol se convirtió en lingua franca para todas las relaciones sociales y comerciales entre judíos y no judíos. El día de descanso obligatorio de la ciudad, a diferencia del viernes musulmán o el domingo cristiano, era el sábado, ya que la gran mayoría de los comercios pertenecían a sefardíes. La convivencia pacífica entre individuos de las tres religiones llegó incluso al establecimiento de relaciones entre familias de diferentes confesiones, logrando así que hoy en día, muchos de los habitantes de Salónica cuenten por lo menos a un sefardí entre sus ancestros (Mazower, 2005).
La comunidad de Salónica, otrora la más grande del mundo y llamada por los sionistas la Madre de Israel, cuenta hoy con muy escasos individuos, ya que casi el 80% de sus habitantes fueron víctimas del Holocausto, sin contar las innumerables personas que emigraron, principalmente a Estados Unidos y Francia, antes de la Segunda Guerra Mundial, o a Israel con posterioridad.
[editar]Destrucción de las comunidades otomanas y dispersión
De las antiguas comunidades sefardíes del Imperio otomano poco queda hoy. Se puede considerar que la primera década del siglo XX es la última década de existencia «formal» de las comunidades sefardíes, principalmente de las comunidades asentadas en territorio griego. El movimiento nacionalista que se suscitó en Grecia, como consecuencia de su movimiento de independencia, ejerció una influencia considerable en los helenos residentes de Salónica, que a principios del siglo XX permanecía en manos otomanas.
La derrota del Imperio otomano en la Primera Guerra Mundial significó para las comunidades griegas el término de sus privilegios y, años más tarde, su total destrucción. La anexión de la Macedonia a Grecia y la importancia que significaba Salónica para los griegos, puesto que se considera la cuna del helenismo, desencadenó violentas demostraciones antisemitas, muchas de ellas encabezadas por jerarcas de la Iglesia Ortodoxa griega, o por miembros de partidos políticos nacionalistas. «El putrefacto cadáver hebreo se ha enquistado en el cuerpo puro del helenismo macedonio», afirmaba un panfleto de la época. Se inicia entonces la salida de muchos sefardíes, nuevamente hacia el exilio en diferentes países (Mazower, 2005).
La considerable influencia francesa que ejerció la Alianza Israelita Universal sobre los sefardíes cultos hizo que muchos de éstos emigraran a Francia, mientras que otro tanto lo hizo a los Estados Unidos. Muchos de estos sefardíes no ostentaban ninguna nacionalidad, pues a su nacimiento, fueron registrados como ciudadanos del Imperio otomano, el cual dejó de existir en 1923. Aunque en algunos casos Grecia concedió pasaportes y garantías a los sefardíes como ciudadanos del reino, éstos nunca estuvieron vinculados con su nueva «patria». Un sefardí, al emigrar a Francia, declaró incluso ser de nacionalidad tesalonicense al ignorar la verdadera (Mazower, 2005).
Por el contrario, las juderías de Estambul y Esmirna no sufrieron mayores cambios en su situación, dado que al declararse la República de Turquía por Mustafa Kemal Atatürk, todos ellos continuaron siendo ciudadanos turcos protegidos. La abolición del Califato por Atatürksignificó la secularización del Estado turco, lo cual hizo que los sefardíes dejaran de pagar el impuesto de dhimmí, o de súbditos no musulmanes. La judería turca permaneció a salvo durante casi todo el siglo XX y sólo desde el establecimiento del Estado de Israel comienza a sufrir una desintegración paulatina.
Una situación de indiferencia política, por su parte, sufren las juderías de Yugoslavia y Bulgaria, que por su reducido tamaño nunca fueron objeto de ninguna vejación, y aún hoy en día subsisten como lo han hecho durante siglos. Caso divergente, la judería de Bucarest corrió con el mismo destino que la otrora rica y poderosa comunidad de Salónica.
[editar]La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto
A partir del inicio de Segunda Guerra Mundial, la comunidad sefardí de todo el mundo sufrió un dramático descenso. Muchos de sus integrantes, o bien se dispersaron por el mundo, emigrando a países como Argentina, Brasil o China, o bien perecieron víctimas de lHolocausto.
La marcha hacia el poder, de Hitler fue acompañada por muestras más o menos enérgicas de preocupación y condena por distintos gobiernos. En el caso de España, este proceso fue prácticamente simultáneo a una campaña acometida sobre todo por los primeros gobiernos de la República —pero que tenía sus orígenes ya desde la dictadura de Primo de Rivera— tendientes a presentarse ante la opinión pública mundial como favorables a la vuelta a España y restitución de la nacionalidad española a los judíos descendientes de los antiguos expulsados. Esta campaña, que fue más mediática que real, porque en la práctica los filtros opuestos a las familias sefardíes que quisieron acogerse a este beneficio fueron generalmente insalvables, tuvo un importante efecto de llamada en las comunidades judías sefardíes, pero también en las askhenazies, que vieron en esta campaña una posibilidad de escapar a las garras del Tercer Reich. Finalmente, y a pesar de las gestiones de dirigentes comunitarios como Moisés Ajuelos y otros, que agotaron las vías administrativas y políticas para la nacionalización de sefardíes, siempre privaron más las razones de orden interno, y la vuelta de los sefarditas a España, en ese período, quedó sólo en declaraciones que prestigiaron la posición de la República en el concierto de las naciones, pero sin incidencia real en la vida de los judíos perseguidos por el nazismo.1
La ocupación de Francia por las tropas alemanas en 1940 se tradujo en la deportación y persecución de todos los judíos residentes, incluidos los recién emigrados sefardíes. La subsecuente ocupación de Grecia en 1941 supuso la total destrucción de la judería de Salónica, puesto que más del 96,5% de los sefardíes de la ciudad fueron exterminados a manos de los nazis. Michael Molho, citado por Salvador Santa Puche, da cifras estimadas sobre el dramático decremento de la población judía en Salónica: de 56.200 individuos a inicios de 1941, a 1.240 a finales de 1945. Santa Puche, en su publicación Judezmo en los campos de exterminio, recopila valiosos testimonios de sefardíes de diversas localidades sobre su experiencia en los campos de concentración de Polonia y Alemania:
Si mos van a matar a todos, a lo manko vamos a murir avlando muestra lingua. Es la sola koza ke mos keda i no mos la van a tomar / «Si nos van a matar a todos, moriremos hablando nuestra lengua, es lo único que nos queda y no nos la van a quitar».
Una canción que data de la Edad Media, cuando los sefardíes vivían en España, se convirtió en una especie de himno para los deportados. Fue interpretada por la vocalista Flory Jagoda durante el descubrimiento de la placa en lengua judeoespañola en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, al que asistieron sobrevivientes y miembros de la comunidad sefardí internacional:
Arvoles yoran por luvyas, i muntanyas por ayres. Ansi yoran los mis ojos, por ti kerida amante. En tierras ajenas yo me vo murir. Enfrente de mi ay un anjelo, kon sus ojos me mira. Yorar kero i no puedo. Mi korason suspira. Torno i te digo: ke va a ser de mi? En tierras ajenas yo me vo murir. / «Árboles lloran por las lluvias y montañas por los aires, así lloran mis ojos por ti, querida amante. En tierras ajenas yo me voy a morir,frente a mí hay un anhelo que con sus ojos me mira; llorar quiero y no puedo, mi corazón suspira. Vuelvo y digo: 'Qué va a ser de mí? En tierras ajenas yo me voy a morir'».
A raíz de la pérdida de muchos de los miembros de la comunidad sefardí de los Balcanes, es que la lengua judeoespañola entra en un severo período de crisis, ya que se cuenta con muy pocos hablantes nativos. Algunos de los sobrevivientes del Holocausto regresaron aSalónica, donde residen en la actualidad. Sin embargo, el paso del tiempo ha transformado radicalmente la ciudad, puesto que no queda rastro de la antigua comunidad judía que floreció durante el régimen otomano.
[editar]Franco y los sefarditas durante el Holocausto
En The American Sephardi, con motivo del aniversario del fallecimiento del Generalísimo Francisco Franco:
El Generalísimo Francisco Franco, Jefe del Estado Español, falleció el 20 de noviembre de 1975. Al margen de cómo juzgarle la Historia, lo que sí es seguro es que en la historia judía ocupará un puesto especial. En contraste con Inglaterra, que cerró las fronteras de Palestina a los judíos que huían del nazismo y la destrucción, y en contraste con la democrática Suiza que devolvió al terror nazi a los judíos que llegaron llamando a sus puertas buscando ayuda, España abrió su frontera con la Francia ocupada, admitiendo a todos los refugiados, sin distinción de religión o raza. El profesor Haim Avni, de la Universidad Hebrea, que ha dedicado años a estudiar el tema, ha llegado a la conclusión de que se lograron salvar un total de por lo menos 40.000 judíos, vidas que se salvaron de ir a las cámaras de gas alemanas, bien directamente a través de las intervenciones españolas de sus representantes diplomáticos, o gracias a haber abierto España sus fronteras. (Haim Avni: Yad Vashem Studies on the European Jewish Catastrophe and Resistance. Jerusalem, 1970, VIII, 31-68. La España contemporánea y el pueblo judío. Jerusalem, 1975, 292 páginas. Federico Ysart: España y los judíos en la II Guerra Mundial. Barcelona, 1973, 231 páginas).
En esa reseña puede resumirse la desconocida pero permanente ayuda que el régimen de Franco desde sus inicios prestó a los judíos en cuanto se hizo evidente la persecución que la Alemania nazi (tan cercana al régimen, por otro lado) estaba llevando a cabo. Las manifestaciones del Congreso Mundial Judío, de la Sinagoga de Nueva York, de embajadores varios, son tan numerosas que no dejan lugar a dudas de la callada pero eficaz labor desempeñada por el gobierno de Franco en numerosos países ocupados por Alemania para salvar a los judíos. Las manifestaciones de diplomáticos como Ángel Sanz-Briz de actuar a las órdenes de Franco no sólo concediendo pasaportes a los judíos sefardíes, sino autorizado a falsificar otros para judíos no sefardíes, así como del político Pedro Schwartz (La Vanguardia Digital, 4 de mayo de 1999) dejan tan sólo abierto el asunto de la cuantificación de las cifras, asunto ciertamente complejo pues su labor se extendía por numerosos departamentos y embajadas a lo que hay que añadir que la gratitud debida a Alemania durante la guerra no hacía conveniente el colocar al descubierto estas actividades.
De las investigaciones modernas sobre este asunto se han obtenido datos que se pueden resumir en palabras de los propios judíos:
Salomón Ben Ami, Ministro de Asuntos Exteriores de Israel y Embajador de Israel en España:
El poder judío no fue capaz de cambiar la política de Roosevelt hacia los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. El único país de Europa que de verdad echó una mano a los judíos fue un país en el que no había ninguna influencia judía: España, que salvó más judíos que todas las democracias juntas. (Declaraciones a la revista Época en 1991).