C Á P S U L A S 115
J.N.ROBLES OLARTE
Una
resumida historia de los sefardíes del mundo ( I )
Los sefardíes o sefaradíes (del hebreo ספרדים 'españoles')
son los descendientes de los judíos que vivieron
en la Península Ibérica (España y Portugal)
hasta 1492,
y que están ligados a la cultura hispánica mediante la lengua y la tradición.
Se calcula que en la actualidad, la comunidad sefardí alcanza los dos millones de
integrantes, la mayor parte de ellos residentes en Israel, Francia, Estados Unidos y Turquía.
También a México, Cuba ySudamérica, principalmente a Argentina y Chile,
llegaron judíos sefardíes que acompañaron a los conquistadores españoles y
portugueses y así escaparon de las persecuciones en España.
Desde la fundación del Estado
de Israel,
el término sefardí se ha usado
frecuentemente para designar a todos aquellos judíos de origen
distinto al askenazí (judíos de origen
alemán, ruso o centroeuropeo). En esta clasificación se incluye a los judíos de origen árabe, de Persia,Armenia, Georgia, Yemen e incluso India,
que no guardan ningún vínculo con la cultura hispánica que distingue a los
sefardíes. La razón por la cual se utiliza el término indistintamente es por
las grandes similitudes en el rito religioso y la pronunciación delhebreo que
los sefardíes guardan con las poblaciones judías de los países antes
mencionados, características que no se
comparten con los judíos askenazíes. Por eso hoy en día se hace una tercera
clasificación de la población judía, la de los mizrahim (del hebreoמזרחים
'Oriente'),
para garantizar que el término «sefardí» haga alusión exclusivamente a ese
vínculo antiguo con la Península Ibérica.
Los judíos desarrollaron
prósperas comunidades en la mayor parte de las ciudades españolas. Destacan las
comunidades de las ciudades de Toledo, Burgos, Sevilla, Córdoba,Jaén, Ávila, Granada, León, Segovia, Soria, Vitoria y Calahorra.
En la Corona de Aragón, las comunidades (o
Calls) de Zaragoza, Gerona, Barcelona, Tarragona, Valencia,
y Palma de Mallorca se encuentran
entre las más prominentes. Algunas poblaciones, como Lucena,Hervás, Ribadavia, Ocaña y Guadalajara,
estaban habitadas principalmente por judíos. De hecho, Lucena estuvo
habitada exclusivamente por judíos durante siglos en la Edad Media.
En Portugal,
de donde muchas ilustres familias sefardíes son originarias, se desarrollaron
comunidades activas en las ciudades de Lisboa, Évora, Beja y en la región
de Trás-os-Montes.
Las comunidades primitivas
Se tiene conocimiento de la existencia
de comunidades judías en territorio español desde tiempos remotos. El hallazgo
de evidencias arqueológicas lo confirman. Un anillo fenicio del siglo
VII a. C., hallado en Cádiz con
inscripciones paleo-hebraicas, y una ánfora,
en la que aparecen dos símboloshebreos del siglo
I, encontrada en Ibiza,
figuran entre las pruebas más contundentes de la presenciajudía en
la Península Ibérica.
La presencia hebrea en el actual
territorio español experimentó cierto incremento durante las Guerras Púnicas (218-202 a. C.),
durante las cuales Roma se apoderó de
la Península Ibérica (Hispania),
y se sabe con precisión que el aumento de la población judía se
dio varios siglos después
a raíz de la conquista de Judea por el general romano Tito,
bajo mandato del emperador Vespasiano (70 d. C.).
Se calcula que en España se asentaron,
durante las primeras décadas de la Diáspora, alrededor de 80 000 personas
procedentes de Palestina. Esta cifra
se elevará de manera considerable posteriormente. Igualmente, la presencia
hebrea enEspaña también
se debió a la importación de esclavos por los romanos para diversas
actividades.
A la caída del Imperio romano en 476 y tras la invasión de la península por
tribus germánicas, como los visigodos, suevos y vándalos,
sobreviene una época de dificultad para los hebreos que en ella vivían. Al
sobrevenir la dominación visigoda, que profesaba el arrianismo hasta su adopción final del catolicismo durante el
reinado de Recaredo (587
d. C.), las comunidades judías pasan a ser dominadas completamente y
se inicia una época de persecución, aislamiento y rechazo. Es en esta época
cuando comienzan a formarse las primeras aljamas y juderías de las
ciudades españolas donde hubo grandes asentamientos hebreos.
Las difíciles condiciones en
que se encontraban los judíos durante los Reinos Cristianos hicieron que
éstos recibieran a los conquistadores musulmanes como una
fuerza liberadora. No es exagerado decir, por tanto, que la población judía de
la península prestó ayuda a las huestes islámicas que venían de África.
El año 711 será recordado
como la fecha en que se inicia la «Edad de Oro» de la judería española. La
victoria del bereber Táriq ibn Ziyad aseguraba un ambiente de
mejor convivencia para los hebreos, ya que la mayor parte de los regímenes musulmanes de la Península Ibérica fueron bastante
tolerantes en asuntos religiosos, aplicando la ley del impuesto a los dhimmi (judíos y cristianos, que junto con los mazdeítas eran considerados las gentes
del libro) según lo estipulado en el Corán.
La comunidad judía andalusí,
durante esta época, fue la más grande, mejor organizada y más avanzada
culturalmente gracias a las grandes libertades de que gozaba. Numerosos judíos
de diversos países de Europa y de los
dominios árabes se
trasladaron a Al-Ándalus, integrándose en la comunidad
existente, y enriqueciéndola en todos los sentidos. Muchos de estos judíos
adoptaron el idioma árabe y
se desempeñaron en puestos de gobierno o en actividades comerciales y
financieras. Esto facilitó enormemente la incorporación de la población judía a
la cultura islámica, principalmente en el sur de España,
donde los judíos ocuparon puestos importantes y llegaron a amasar considerables
fortunas. La prohibición islámica que impide a los musulmanes dedicarse a
actividades financieras, caso similar para los cristianos que consideraban la
actividad como impía, hace que los judíos de la península absorban por completo
las profesiones de tesoreros, recolectores de impuestos, cambistas y
prestamistas.
Por lo tanto, es bajo el dominio del Islam cuando la cultura hebrea en la península alcanza su máximo esplendor. Protegidos, tanto por reyes cristianos como musulmanes, los judíos cultivan con éxito las artes y las ciencias, destacando claramente en medicina, astronomía y matemáticas. Además, los estudios religiosos y la filosofía son quizás la más grande aportación. Algunos nombres destacan en tales áreas. El rabino cordobés Moshé ibn Maimón, conocido como Maimónides, se distingue sobre los demás por sus aportes al campo de la Medicina, y sobre todo en la filosofía. Sus obras, como la Guía de perplejos y los comentarios a la Teshuvot, ejercieron influencia considerable sobre algunos de los doctores de la iglesia, principalmente sobre Tomás de Aquino.
En el campo de la matemática,
se les atribuye a los judíos la introducción y aplicación de la notaciónnumeral indoarábiga a Europa Occidental. Azraquel de Sevilla realiza un
estudio exhaustivo sobre la Teoría de Ecuaciones de Diofanto de Alejandría,
mientras que Abenezra de Calahorra escribe sobre
las peculiaridades de los dígitos (1-9) en su Sefer ha-Eshad, redacta un
tratado de aritmética en su Sefer ha-Mispad y elabora unas tablas astronómicas.
Años antes de la Reconquista, el converso Juan de Sevillatradujo del árabe un
volumen del álgebra de Mohammed
al-Khwarismi que
fue posteriormente usado por matemáticos como Nicolo di Tartaglia, Girolamo Cardano o Viète.
En estilo andalusí se
construye la Sinagoga del Tránsito (o de Samuel
Ha-Leví) en la ciudad de Toledo,
exponente máximo de la arquitectura judía de esta época, al igual que la de
Córdoba.
Reconquista
y expulsión
La Reconquista paulatina de
la Península Ibérica por parte de
los Reinos Cristianos propició, de nueva cuenta, un ambiente de tensión con
relación a los judíos, que siguieron desarrollando la mayoría de las
actividades financieras. La situación resultó muy provechosa, para algunas
familias inclusive, ya que alcanzaron prestigio y favor a los ojos de los reyes
cristianos, conservando sus antiguos privilegios. Es interesante recalcar el
hecho de que la Corona de Aragón protegió a
muchas familias hebreas durante los años de la Reconquista, mientras que numerosas
familias nobles catalanas y aragonesasemparentaron
frecuentemente con los judíos, a fin de incrementar fortunas o condonar deudas
contraidas con sus acreedores hebreos.
La riqueza de la que eran
dueños los judíos y su reciente entrada a las cortes cristianas, aunada a la
ostentación de algunos, los hizo odiosos a los ojos del pueblo y de la
jerarquía católica, que los consideraba
crucificadores de Jesucristo e incluso practicantes
de ritos satánicos. En algunas ciudades, los judíos eran acusados de envenenar
los pozos, secuestrar niños para beber su sangre o de querer, en contubernio
con la nobleza, convertir a la población al judaísmo. Esto, en algunos casos,
ocasionó violentas persecuciones antisemitas, intrusiones y matanzas en
las juderías, e incluso expulsión de las
ciudades.
El proceso de la Reconquista implicaba la
uniformidad religiosa para poder asegurar una verdadera unidad política y
social. La unidad política, mediante el matrimonio de los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla,
llevó a la solicitud del establecimiento en España del Tribunal del Santo Oficio,
mejor conocido como la Inquisición. En el año de 1478, el Papa Sixto
V aprobó
su establecimiento en la Península Ibérica y en sus
posesiones del Mediterráneo. Como primer Inquisidor General,
se nombró al dominico Tomás de Torquemada,
confesor personal de la reina de Castilla y hombre fundamental
en la expulsión de los judíos de España.
Torquemada, ferviente enemigo de la
presencia judía en la península, propuso varias veces a los Reyes Católicos considerar la
expulsión de los hebreos de España,
moción que encontró oposición en el rey Fernando, quien tenía intereses y
negocios con muchas familias judías aragonesas,
tales como las familias Cavallería y Santangel,
quienes en parte financiaron la expedición que llevaría a Cristóbal Colón a descubrir América.
Incluso numerosos historiadores, como Benzion
Netanyahu y Henry Charles Lea, aseguran que la madre
de Fernando II de Aragón, Juana Enríquez, y por lo tanto él mismo,
descendían de judíos convertidos al catolicismo en el siglo
XIV.
Fuentes históricas citan la
labor de convencimiento que Torquemada hizo al rey
católico. El Inquisidor entró, durante
una audiencia que sostenía Fernando de Aragón con los sefardíes, con un
crucifijo en la mano y arrodillándose ante el rey pronunció: «Judas Iscariote traicionó a
Cristo por treinta denarios, y vosotros queréis ahora venderlo por treinta mil.
Aquí está él, tomadlo y vendedlo». (Sevilla sefardí, 2006).
Tras la toma de la ciudad de Granada,
en poder del caudillo moro Boabdil,
en 1492, se firma el Edicto de la Alhambra en el que se
pide, o la conversión de los judíos españoles al cristianismo, o su salida
definitiva del territorio en un plazo de tres meses. Famosa es la intervención
de un judío ilustrísimo y de familia noble, tesorero personal de los Reyes Católicos, Don Isaac Abravanel, quien les solicitó la
reconsideración de tal disposición. Los Reyes Católicos ofrecieron a
Abravanel y a su familia garantías y protección. Sin embargo, salió junto con
sus compatriotas al exilio. Abravanel se cuenta hoy entre los nombres de
quienes gestionaron el apoyo financiero a la expedición de Cristóbal Colón.
La salida de los judíos
comenzó en poco tiempo. En todas las ciudades de España,
las aljamas quedaron
desocupadas. Un cronista de la época, Andrés Bernáldez, describía así la salida
de los judíos de la ciudad de Zaragoza: Salieron de
las tierras de sus nacimientos chicos y grandes, viejos y niños, a pie y
caballeros en asnos y otras bestias y en carretas, y continuaron sus viajes
cada uno a los puertos que habían de ir, e iban por los caminos y campos por
donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo, otros levantando,
otros muriendo, otros naciendo, otros enfermando, que no había cristiano que no
hubiese dolor de ellos y siempre por do iban los convidaban al bautismo, y
algunos con la cuita se convertían y quedaban, pero muy pocos, y los rabinos
los iban esforzando y hacían cantar a las mujeres y mancebos y tañer panderos y
adufos para alegrar la gente, y así salieron de Castilla. Serían
necesarios 500 años para poder volver a hablar de una experiencia judía en España.
La bienvenida, obra de Mevlut Akyıldız.
Los sefardíes se repartieron
entonces por varios países. Algunos se establecieron en el sur de Francia,
en las ciudades de Bayona y San Juan de Luz. Otros fueron a Portugal primero, de
donde no fueron expulsados, sino convertidos al cristianismo, a diferencia de
los que habitaban en las coronas españolas, dirigiéndose una proporción de
hebreos a países como Holanda y
las ciudades hanseáticas del norte de Alemania,
como Bremen o Hamburgo.
Algunos más se esparcieron en los reinos moros de Marruecos o incluso Siria,
mientras que una pequeña fracción de ellos se establecieron en países como Dinamarca, Suiza o Italia.
Muchos sefardíes permanecieron en España bajo una
supuesta apariencia cristiana (marranos) y
posteriormente se trasladaron a algunas islas del Caribe, como Jamaica,
o incluso a Brasil, Perú y México,
donde muchos de ellos participaron en las campañas conquistadoras y
expansionistas de España y Portugal.
Sin embargo, la gran mayoría
de los sefardíes serían recibidos en el Imperio otomano, que a la sazón estaba en
su máximo apogeo. El sultán Bayaceto II permitió el
establecimiento de los judíos en todos los dominios de su imperio, enviando
navíos de la flota otomana a
los puertos españoles y recibiendo a algunos de ellos personalmente en los
muelles de Estambul,
como consta en una pintura del ilustrador Mevlut Akyıldız. Es famosa su frase: Gönderenler
kaybeder, ben kazanırım —
«Aquellos que les mandan pierden, yo gano» (Pulido, 1993).
Los sefardíes formaron cuatro
comunidades en el Imperio otomano, por mucho, más grandes
que cualquiera de las de España,
siendo las dos mayores la de Salónica y la de Estambul,
mientras que las de Esmirna y Safed fueron de
menor tamaño. Sin embargo, los sefardíes se establecieron en casi todas las
ciudades importantes del Imperio, fundando comunidades en Sarajevo, Belgrado, Monastir, Sofía,
Russe, Bucarest, Alejandría, Edirne, Çanakkale, Tekirdağ y Bursa.
Los judíos españoles rara vez
se mezclaron con la población autóctona de los sitios donde se asentaron, ya
que la mayor parte de éstos eran gente educada y de mejor nivel social que los
lugareños, situación que les permitió conservar intactas todas sus tradiciones
y, mucho más importante aún, el idioma. Los sefardíes continuaron hablando,
durante casi cinco siglos, el castellano antiguo, mejor
conocido hoy como judeoespañol que trajeron
consigo de España,
a diferencia de los sefardíes que se asentaron en países como Holanda o Inglaterra. Su habilidad en los negocios,
las finanzas y el comercio les permitió alcanzar, en la mayoría de los casos,
niveles de vida altos e incluso conservar su estatus de privilegio en las
cortes otomanas.
La comunidad hebrea de Estambul mantuvo
siempre relaciones comerciales con el Diván (órgano
gubernamental otomano) y con el sultán mismo, quien
incluso admitió a varias mujeres sefardíes en su harén.
Algunas de las familias sefardíes más prominentes de la ciudad financiaban las
campañas del ejército otomano y muchas de sus miembros ganaron posiciones
privilegiadas como oficiales de alto rango. Los sefardíes vivieron en paz por
un lapso de 400 años, hasta que Europa comenzó a
librar sus dos Guerras Mundiales, con el consiguiente colapso de los antiguos
imperios y el surgimiento de nuevas naciones.
La amistad y las excelentes
relaciones que los sefardíes tuvieron con los turcos persiste aún a la fecha.
Un prudente refrán sefardí, que hace alusión a no confiar en nada, prueba las
buenas condiciones de esta relación: Turko
no aharva a cidyó, ¿i si le aharvó? —
«Un turco no golpea a un judío, ¿y si en verdad lo golpeó?» (Saporta y Beja,
1978).
La ciudad de Salónica, en la Macedonia griega,
sufrió un cambio trascendental al recibir a casi 250 000 judíos expulsados de España.
La ciudad portuaria, anteriormente habitada por griegos, turcos y búlgaros,
pasó a tener una composición étnica a finales del siglo
XIX de
casi un 65% de sefardíes. Desde el principio, en esta ciudad establecieron su
hogar gran parte de los judíos de Galicia, Andalucía, Aragón, Sicilia
y Nápoles,
de ahí que el judeoespañol tesalonicense
se vea claramente influenciado por la gramática del gallego y esté plagado
de palabras del italiano. La mayoría de los hebreos de Castilla optaron por
ocupar las importantes posiciones de gobierno disponibles en Estambul,
hecho que también se evidencia en la lengua hablada por los judíos turcos
(Saporta y Beja, 1978).
En Salónica, había barrios, comunidades y sinagogas pertenecientes
a cada una de las ciudades y regiones de España.
Kal de Kastiya, Kal Aragon, Otranto, Palma, Siçilia, Kasseres, Kuriat,
Albukerk, Evora y Kal Portugal son ejemplos de barrios y sinagogas existentes en
la ciudad macedonia a finales del siglo XIX, y son señal de que los sefardíes
nunca olvidaron su pasado ni sus orígenes ibéricos.
Es importante destacar que la
presencia hebrea en Salónica fue tan importante que el judeoespañol se convirtió
en lingua franca para todas las
relaciones sociales y comerciales entre judíos y no judíos. El día de descanso
obligatorio de la ciudad, a diferencia del viernes musulmán o el domingo
cristiano, era el sábado, ya que la gran mayoría de los comercios pertenecían a
sefardíes. La convivencia pacífica entre individuos de las tres religiones
llegó incluso al establecimiento de relaciones entre familias de diferentes
confesiones, logrando así que hoy en día, muchos de los habitantes de Salónica
cuenten por lo menos a un sefardí entre sus ancestros (Mazower, 2005).
La comunidad de Salónica, otrora la más grande del mundo
y llamada por los sionistas la Madre de
Israel, cuenta hoy con muy escasos individuos, ya que casi el 80% de sus
habitantes fueron víctimas del Holocausto, sin contar las innumerables
personas que emigraron, principalmente a Estados Unidos y Francia,
antes de la Segunda Guerra Mundial,
o a Israel con
posterioridad.
De las antiguas comunidades
sefardíes del Imperio otomano poco queda hoy.
Se puede considerar que la primera década del siglo XX es la última década de
existencia «formal» de las comunidades sefardíes, principalmente de las
comunidades asentadas en territorio griego.
El movimiento nacionalista que se suscitó en Grecia,
como consecuencia de su movimiento de independencia, ejerció una influencia
considerable en los helenos residentes de Salónica, que a principios del siglo
XX permanecía
en manos otomanas.
La derrota del Imperio otomano
en la Primera Guerra Mundial significó para
las comunidades griegas el término de sus privilegios y, años más tarde, su
total destrucción. La anexión de la Macedonia a Grecia y la
importancia que significaba Salónica para los griegos, puesto que se considera
la cuna del helenismo,
desencadenó violentas demostraciones antisemitas, muchas de ellas encabezadas
por jerarcas de la Iglesia Ortodoxa griega, o por
miembros de partidos políticos nacionalistas. «El putrefacto cadáver hebreo se
ha enquistado en el cuerpo puro del helenismo macedonio», afirmaba un panfleto
de la época. Se inicia entonces la salida de muchos sefardíes, nuevamente hacia
el exilio en diferentes países (Mazower, 2005).
La considerable influencia
francesa que ejerció la Alianza Israelita Universal sobre los
sefardíes cultos hizo que muchos de éstos emigraran a Francia,
mientras que otro tanto lo hizo a los Estados Unidos. Muchos de estos sefardíes
no ostentaban ninguna nacionalidad, pues a su nacimiento, fueron registrados
como ciudadanos del Imperio otomano, el cual dejó de existir
en 1923. Aunque en algunos casos Grecia concedió pasaportes y garantías a los
sefardíes como ciudadanos del reino, éstos nunca estuvieron vinculados con su
nueva «patria». Un sefardí, al emigrar a Francia,
declaró incluso ser de nacionalidad tesalonicense al ignorar la
verdadera (Mazower, 2005).
Por el contrario, las juderías de Estambul y Esmirna no sufrieron
mayores cambios en su situación, dado que al declararse la República de Turquía por Mustafa Kemal Atatürk,
todos ellos continuaron siendo ciudadanos turcos protegidos. La abolición del Califato por Atatürksignificó
la secularización del Estado turco, lo cual hizo que los sefardíes dejaran de
pagar el impuesto de dhimmí,
o de súbditos no musulmanes. La judería turca
permaneció a salvo durante casi todo el siglo XX y sólo desde el
establecimiento del Estado de Israel
comienza a sufrir una desintegración paulatina.
Una situación de indiferencia
política, por su parte, sufren las juderías de Yugoslavia y Bulgaria,
que por su reducido tamaño nunca fueron objeto de ninguna vejación, y aún hoy
en día subsisten como lo han hecho durante siglos. Caso divergente, la judería
de Bucarest corrió con el
mismo destino que la otrora rica y poderosa comunidad de Salónica.
A partir del inicio de Segunda Guerra Mundial,
la comunidad sefardí de todo el mundo sufrió un dramático descenso. Muchos de
sus integrantes, o bien se dispersaron por el mundo, emigrando a países como Argentina, Brasil o China,
o bien perecieron víctimas de lHolocausto.
La marcha hacia el poder, de Hitler fue acompañada
por muestras más o menos enérgicas de preocupación y condena por distintos
gobiernos. En el caso de España,
este proceso fue prácticamente simultáneo a una campaña acometida sobre todo
por los primeros gobiernos de la República —pero que
tenía sus orígenes ya desde la dictadura de Primo de Rivera—
tendientes a presentarse ante la opinión pública mundial como favorables a la
vuelta a España y restitución de la nacionalidad española a los judíos
descendientes de los antiguos expulsados. Esta campaña, que fue más mediática
que real, porque en la práctica los filtros opuestos a las familias sefardíes
que quisieron acogerse a este beneficio fueron generalmente insalvables, tuvo
un importante efecto de llamada en las comunidades judías sefardíes, pero
también en las askhenazies,
que vieron en esta campaña una posibilidad de escapar a las garras del Tercer Reich. Finalmente, y a pesar de
las gestiones de dirigentes comunitarios como Moisés Ajuelos y otros, que
agotaron las vías administrativas y políticas para la nacionalización de
sefardíes, siempre privaron más las razones de orden interno, y la vuelta de
los sefarditas a España, en ese período, quedó sólo en declaraciones que
prestigiaron la posición de la República en el concierto de las naciones, pero
sin incidencia real en la vida de los judíos perseguidos por el nazismo.1
La ocupación de Francia por las tropas alemanas en 1940 se
tradujo en la deportación y persecución de todos los judíos residentes,
incluidos los recién emigrados sefardíes. La subsecuente ocupación de Grecia en
1941 supuso la total destrucción de la judería de Salónica,
puesto que más del 96,5% de los sefardíes de la ciudad fueron exterminados a
manos de los nazis.
Michael Molho,
citado por Salvador
Santa Puche, da cifras estimadas sobre el dramático decremento de la
población judía en Salónica: de 56.200 individuos a inicios de 1941, a 1.240 a
finales de 1945. Santa Puche, en su publicación Judezmo en
los campos de exterminio, recopila valiosos testimonios de sefardíes de
diversas localidades sobre su experiencia en los campos de concentración de Polonia y Alemania:
Si mos van a matar a todos,
a lo manko vamos a murir avlando muestra lingua. Es la sola koza ke mos keda i
no mos la van a tomar /
«Si nos van a matar a todos, moriremos hablando nuestra lengua, es lo único que
nos queda y no nos la van a quitar».
Una canción que data de la Edad Media, cuando los sefardíes vivían
en España,
se convirtió en una especie de himno para los deportados. Fue interpretada por
la vocalista Flory Jagoda durante el descubrimiento de la placa en lengua
judeoespañola en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, al que asistieron
sobrevivientes y miembros de la comunidad sefardí internacional:
Arvoles yoran por luvyas, i
muntanyas por ayres. Ansi yoran los mis ojos, por ti kerida amante. En tierras
ajenas yo me vo murir. Enfrente de mi ay un anjelo, kon sus ojos me mira. Yorar
kero i no puedo. Mi korason suspira. Torno i te digo: ke va a ser de mi? En
tierras ajenas yo me vo murir. / «Árboles lloran por las lluvias y montañas
por los aires, así lloran mis ojos por ti, querida amante. En tierras ajenas yo
me voy a morir,frente a mí hay un anhelo que con sus ojos me mira; llorar
quiero y no puedo, mi corazón suspira. Vuelvo y digo: 'Qué va a ser de mí? En
tierras ajenas yo me voy a morir'».
A raíz de la pérdida de muchos
de los miembros de la comunidad sefardí de los Balcanes,
es que la lengua judeoespañola entra en un severo período de crisis, ya que se
cuenta con muy pocos hablantes nativos. Algunos de los sobrevivientes del Holocausto regresaron aSalónica, donde residen en la actualidad.
Sin embargo, el paso del tiempo ha transformado radicalmente la ciudad, puesto
que no queda rastro de la antigua comunidad judía que floreció durante el
régimen otomano.
En The
American Sephardi, con motivo del aniversario del fallecimiento del
Generalísimo Francisco Franco:
El Generalísimo Francisco
Franco, Jefe del Estado Español, falleció el 20 de noviembre de 1975. Al margen
de cómo juzgarle la Historia, lo que sí es seguro es que en la historia judía
ocupará un puesto especial. En contraste con Inglaterra, que cerró las
fronteras de Palestina a los judíos que huían del nazismo y la destrucción, y
en contraste con la democrática Suiza que devolvió al terror nazi a los judíos
que llegaron llamando a sus puertas buscando ayuda, España abrió su frontera
con la Francia ocupada, admitiendo a todos los refugiados, sin distinción de
religión o raza. El profesor Haim Avni, de la Universidad Hebrea, que ha
dedicado años a estudiar el tema, ha llegado a la conclusión de que se lograron
salvar un total de por lo menos 40.000 judíos, vidas que se salvaron de ir a
las cámaras de gas alemanas, bien directamente a través de las intervenciones
españolas de sus representantes diplomáticos, o gracias a haber abierto España
sus fronteras. (Haim Avni: Yad Vashem Studies on the European
Jewish Catastrophe and Resistance. Jerusalem, 1970, VIII, 31-68. La
España contemporánea y el pueblo judío. Jerusalem, 1975, 292 páginas.
Federico Ysart: España
y los judíos en la II Guerra Mundial. Barcelona, 1973, 231 páginas).
En esa reseña puede resumirse
la desconocida pero permanente ayuda que el régimen de Franco desde sus inicios
prestó a los judíos en cuanto se hizo evidente la persecución que la Alemania
nazi (tan cercana al régimen, por otro lado) estaba llevando a cabo. Las
manifestaciones del Congreso Mundial Judío, de la Sinagoga de Nueva York, de
embajadores varios, son tan numerosas que no dejan lugar a dudas de la callada
pero eficaz labor desempeñada por el gobierno de Franco en numerosos países
ocupados por Alemania para salvar a los judíos. Las manifestaciones de
diplomáticos como Ángel Sanz-Briz de actuar a
las órdenes de Franco no sólo concediendo pasaportes a los judíos sefardíes,
sino autorizado a falsificar otros para judíos no sefardíes, así como del
político Pedro Schwartz (La
Vanguardia Digital, 4 de mayo de 1999) dejan tan sólo abierto el asunto de
la cuantificación de las cifras, asunto ciertamente complejo pues su labor se
extendía por numerosos departamentos y embajadas a lo que hay que añadir que la
gratitud debida a Alemania durante la guerra no hacía conveniente el colocar al
descubierto estas actividades.
De las investigaciones
modernas sobre este asunto se han obtenido datos que se pueden resumir en
palabras de los propios judíos:
Salomón Ben Ami, Ministro de
Asuntos Exteriores de Israel y Embajador de Israel en España:
El poder judío no fue capaz de
cambiar la política de Roosevelt hacia los judíos durante la Segunda Guerra
Mundial. El único país de Europa que de verdad echó una mano a los judíos fue
un país en el que no había ninguna influencia judía: España, que salvó más
judíos que todas las democracias juntas. (Declaraciones a la revista Época en 1991).
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